Harbin es uno de esos ejemplos donde unos sólo ven problemas o inconvenientes, otros ven oportunidades: situada en la provincia más al norte de China, la “Provincia del Dragón Negro” –según traducen su nombre chino-, es una ciudad que ha sabido convertir en negocio el principal motivo que ahuyentaría al visitante, viajero o turista más intrépido: el tiempo. Y así, no es extraño sorprenderse al conocer que la temporada alta –turísticamente hablando- en esta provincia que antiguamente formó parte de Manchuria y de Rusia, es entre enero y febrero, cuando el termómetro marca cifras tan poco atractivas como los -30ºC!
Para conseguirlo, ponen a disposición de cualquiera que se atreva dos atracciones principales: Yabuli, una de las mejores estaciones de esquí del país (aunque no por ello necesariamente buena) y el Festival de Estatuas de Hielo.
Este último es uno de esos eventos que, para los que vivimos en China, tenemos apuntado en nuestra lista de escapadas obligatorias antes de irnos definitivamente del país. Lleva celebrándose unos 25 años, comenzando el día 5 de enero y su duración aproximada es de un mes y medio, hasta después del Año Nuevo Chino, o en cualquier caso hasta que las temperaturas ya empiezan a subir y derriten el principal reclamo turístico.
Sin embargo su tradición viene de hace más de 300 años, cuando los campesinos y pescadores en invierno hacían “linternas de hielo” simplemente echando agua en un cubo que se dejaba al aire hasta que, justo antes de llegar a congelarse, se desmoldeaba y en su parte superior hacían un agujero en el que metían una vela de tal forma que el gélido viento proveniente de Siberia no la apagase, pudiendo usarla así en el exterior.
Hoy en día la técnica ha evolucionado hasta estatuas como las siguientes:
Lo cierto es que del Festival no tenemos muchas fotos, ya que a -25ºC mi cámara se apagó en cuanto sacamos la primera, así que os dejo con las del Festival de Estatuas de nieve:
No hace falta decir, que para sobrevivir a semejante clima hostil, toda la ropa que normalmente se usa probablemente no es suficiente, así que es necesario invertir en un par de capas de ropa interior térmica (camisetas de manga larga y marianillos), forro polar, plantillas de borreguito, botas de aprés-ski o similares, guantes de esquiar y otros de lana o forro polar debajo, gorro, bufanda, orejeras, gorro, parches de calor y, la estrella del viaje: ¡unos calcetines calefactables! Tienen una pequeña batería que funciona con dos pilas y te dan una autonomía de entre 3 y 5 horas. Si bien fuera no notas el calor en los pies, sí que son la diferencia entre poder caminar dignamente o que se te congelen los dedos de los pies a los 5 minutos de estar a la intemperie… Han sido con diferencia los 12 euros mejor invertidos de mi vida, pero no han evitado que literalmente, se me congelaran las pestañas cuando me lloraban los ojos del frío:
Es sin duda una escapada que merece la pena hacer en grupo así que nosotros nos unimos a última hora con unos amigos de amigos y entre todos alquilamos un autobús, opción altamente recomendable si no queréis sufrir los timos constantes de los taxistas que también han aprovechado el mal tiempo, pero en este caso para hacer su negocio particular timando a los pobres incautos que pretenden que pongan el taxímetro, pero que tras la negativa del conductor se suben sin remedio y sin rechistar con tal de poder huir del frío.
Para acabar de aprovechar el fin de semana, hay un par de atracciones más que merecen la pena a pesar del frío: acercarse a la pista que han hecho aprovechando el río congelado, en la que por 3 euros te puedes tirar durante media hora en donuts gigantes hinchables (aprovechando de paso para entrar en calor),
Y el parque de tigres siberianos, donde además de los mencionados tigres, leones, leopardos, o panteras, por un módico precio puedes comprar una gallina o una cabra y ver –para mi espanto- como provocan a los tigres asomándola por encima de la valla hasta que la sueltan y el más rápido o fuerte se hace con ella y huye del resto de la manada con ella entre sus fauces, aún cacareando, para comérsela hasta la última pluma (no, la gallina sorprendentemente no muere antes del infarto),
O ver a un “liger” (híbrido creado del cruce de un león macho y una tigresa) o a un “tiglon” (cruce de un tigre macho y una leona).
Para los amantes del “melting pot cultural”, recuerden en todo momento que si bien la zona estuvo bajo el dominio ruso, hoy en día pertenece a China, por lo que dicha influencia –como muchas otras en el resto del país- no se deja ver fácilmente en la ciudad. No al menos, en un fin de semana en el que la curiosidad y estancias al aire libre se ven fuertemente limitadas por el frío.
Fundada a finales del s. XIX cuando se desplazó a trabajadores rusos para expandir la línea de ferrocarril en el noreste de China hacia Vladivostok, hoy en día, a parte de ciertos edificios principalmente gubernamentales de corte soviético o el Hotel Central, simplemente quedan un par de pistas de su pasado: en los carteles de las calles y de algunas tiendas, donde además de los nombres en caracteres chinos y alfabeto latino, se puede leer el nombre en cirílico, o en algunos restaurantes (que me han recomendado fervientemente no probar). La Catedral ortodoxa de Sta. Sofía pretende ser un museo en el que la falta de control en el acceso hace imposible visitar su maltrecho interior sin estar constantemente empujado, pisado o arrastrado por la horda de gente que la visita los domingos por la mañana.
Para terminar, por si no habéis pasado suficiente frío durante el día, podéis rematarlo yendo a cenar al restaurante-iglú del hotel Shangri-la, donde disfrutaréis de un hot-pot a -17ºC!