... o cómo sentirse como Mowgli por unos días.
Por si todo lo anterior hubiera sido poco, pusimos nuestros sentidos a prueba una vez más y nos subimos en el siguiente vuelo, que nos dejó nada más y nada menos que ... ¡¡en Bagan!! Para los que no tengáis ni la más remota idea de lo que estoy hablando, Bagan es una llanura situada en la zona centro-este del país, del tamaño de Manhattan -si es cierto lo que leí en algún sitio-, en la que aún os podréis encontrar más de dos mil templos y pagodas de los siglos X a XII dC.
Con las vistas del anterior paisaje aún dando vueltas por la cabeza, aqui simplemente ya no fue posible contener la caída de la mandíbula, ni tampoco poder cerrarla hasta que nos fuimos.
Llevo un rato dándole vueltas a la forma de explicaros lo que vimos, pero es que realmente las palabras se quedan cortas y las fotos no le hacen justicia. Mires a donde mires, sólo veréis una extensión enorme de tierra, llena de templos aqui y allá, con campanillas sonando al viento, y algunos reflejando el Sol en el oro con el que las recubren. Entre unas y otras, plantaciones de maíz, cacahuetes, árboles, bueyes labrando la tierra, gente transportando la cosecha en cestos sobre su cabeza, cabañas de paja en las que viven los campesinos, menos extranjeros de los que podréis contar con las dos manos y una extraña sensación de que el tiempo se ha parado, y que realmente no quieres que vuelva a andar.
Lo más útil es alquilar el primer día un carromato tirado por un caballo, para ver los más importantes y orientarse un poco, y el segundo y siguientes ya subirse en una bici y perderse por los caminos hasta que se ponga el Sol.
Sobre Bagan, si os interesa, podéis encontrar mucha más y mejor información de lo que os pueda contar yo ahora, en lo que se refiere a Hoteles, donde comprar piezas de lacquerware, sitios para comer y demás. Pero, como dije al principio, de Birmania te vuelves con historias, con nombres propios y caras de las personas que las protagonizan, y con una agradable sensación de gratitud xq las hayan compartido contigo, xq se hayan sentado sin conocerte de nada y te hayan contado más de su vida que la mayoría de los vecinos con los que lleváis años cruzándoos en el portal de vuestra casa casi a diario. "Ésta, es la mía":
Él, nació y se crió en Bagan; ella, en Bago, una ciudad situada al este de Yangón. Cuando ella contaba con algo más de veinte años, tuvo la suerte de poder cumplir uno de los sueños de la mayoría de los birmanos: al igual que los musulmanes peregrinan a la Meca al menos una vez en la vida, pero en este caso sin tintes religiosos, viajó a ver el tesoro por excelencia de su país, Bagan. Él la vio pasar en uno de los carros tirados por caballos camino a los templos, y después de unos segundos que se le quedan grabados en la memoria mucho tiempo después, saltó en su bicicleta y sin pensarlo dos veces, la siguió. Según él, fue algo automático, no pudo pararse ni a pensarlo, cuando se encontró pedaleando con todas sus fuerzas detrás de aquélla completa desconocida y sus acompañantes.
Durante los días siguientes, "coincidieron" en varios templos, se cruzaron por los caminos y hasta se buscaron con la mirada por el pueblo, deseando que, en cualquier momento, el otro apareciera "casualmente" por allí. Llegaron a hablar y tal y como si llevaran buscándose desde siempre sin saberlo, decidieron que eran la persona con la que querían pasar el resto de sus días.
Y así fue. Poco tiempo después, se prometieron, se casaron y hoy tienen un niño de 15 años que sueña con estudiar aeronáutica. Él estudió geología, e intentó en varias ocasiones acceder a una plaza en el organismo público correspondiente pero, manteniendo la misma mirada sonriente que unos momentos antes cuando contaba cómo conoció a su mujer, te cuenta que no tuvo el dinero suficiente para pasar el examen, es decir, para sobornar al funcionario de turno.
Así que decidieron hacer lo poco que podían hacer: abrir un restaurante en Bagan, entendiendo por tal una casita de madera y paja con apenas 5 ó 6 mesas en las que reciben con la mejor de sus sonrisas al que tenga la suerte de dejarse caer por allí. En nuestro caso, fue una parada totalmente casual para beber un zumo a medio día, y reponer fuerzas para seguir pedaleando hasta donde nos llevaran las piernas. Sin saber cómo, nos encontramos con la mesa llena de comida que no les habíamos pedido, y una invitación a cenar ésa misma noche.
Ante la disyuntiva de parecer maleducados diciendo que no ("¿cómo nos van a INVITAR ellos a cenar, q no tienen nada?"), o volver por la noche y sentarnos a cenar y charlar con ellos y probar una auténtica comida Birmana, nos decantamos por la segunda opción; la experiencia los días anteriores nos decía que teníamos todas las papeletas para que la noche fuera, como poco, inolvidable. Y así, bajo los restos del monzón, nos encaminamos a cenar con aquéllos desconocidos de los que apenas sabíamos sus nombres. No nos equivocamos.
Desde el momento en que aparecimos por la puerta y durante todos y cada uno de los segundos que nos pasamos allí, las atenciones, generosidad, hospitalidad, educación, y la amabilidad, no dejaron de estar presentes en su máximo exponente. Nos agasajaron con una cena de más platos de los que cabían en la mesa y de los que -estoy segura- se habrían preparado para ellos mismos; nos contaron historias como la que leisteis más arriba, se atrevieron a darnos su opinión sobre temas mucho más que controvertidos y, no contentos con lo anterior, no nos dejaron irnos con las manos vacías, ya que nos regalaron un par de piezas de lacquerware -no me sale el nombre en español-, un abre botellas de madera con un cocodrilo tallado a mano, y dos longyis que también aprovechamos para aprender a usar y son con los que aparecemos en las fotos. Durante la cena y en medio de la noche (literalmente, xq farolas, menos que las justas), en un par de ocasiones se ausentó nuestro anfitrión en moto y bajo la lluvia, para traer té y buscarnos a alguien que nos llevara de vuelta al hotel, siempre sin avisar para evitarnos pensar que le causaba algún trastorno. Si la velada pudo tener algún encanto más, fueron sin duda los cortes de luz que nos dejaban en la más completa oscuridad, en medio de las risas y buscando las linternas y velas para seguir charlando mientras la lluvia fuera empezaba a formar charcos que no sabíamos si habría que cruzar a pie o a nado a la hora de irnos...
Ése momento inevitablemente llegó, y después del intercambio de mails correspondiente ("estamos aprendiendo a utilizarlo, vamos al museo a conectarnos gratis pero si nos mandáis las fotos las colgaremos aqui en la pared, al lado de las nuestras, para que las veáis la próxima vez que vengáis"), nos abrazaron como si realmente se despidieran de sus amigos de toda la vida (creo que yo no he abrazado así a los míos antes de venirme) y mientras el carrito se alejaba por el camino y se adentraba en la oscuridad, se quedaron a la entrada abrazados y saludándonos con la mano hasta que les perdimos la vista.
Durante el tiempo que nos pasamos en el carrito, mojándonos y tambaleándonos por los baches hasta que llegamos al hotel (la mujer del conductor sentada a su lado e iluminándole el camino con una linterna), el nudo que teníamos en la garganta prácticamente no nos dejó articular palabra y desde entonces, seguimos aún "digeriendo" la cena.
Si algún día vais por Bagan, sabed que no veréis lo mejor hasta que no vayáis a visitarles: SANTHIDAR Restaurant, South of Old Bagan - Main Road - Myingabar.
3 comentarios:
Sin palabras... de las mejores experiencias que hemos tenido!
La verdad es que hasta yo me he emocionado al leerlo. Qué bonita experiencia!! ;)
Rebeca, aún se me ponen los pelos de punta al acordarme, qué te voy a decir!
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