... o dónde ir a buscarme si desaparezco del mapa y no sabéis más de mi.
El remate del viaje fueron los dos días finales que nos pasamos en una playa perdida de la Bahía de Bengala: Ngapali Beach. Sus 7 kilómetros de arena blanca y palmeras, unidos a que aún no había comenzado la temporada alta y, por tanto, prácticamente los únicos extranjeros que vimos éramos nosotros, hicieron muy difícil encontrar un buen motivo para volver al mundo real.
Si realmente hubiéramos tenido más tiempo, lo suyo sería haber ido a un archipiélago que hay al sur del país, justo donde el país se estrecha y hace frontera con Tailandia; éso sí que debe de ser el paraíso terrenal! Pero a falta de lo anterior, Ngapali Beach no defraudó: agua limpia, arena en la que corretean los cangrejos cuando baja la marea, niños y mujeres recogiendo conchas, carros de bueyes por la orilla, barcos de pescadores que salen a faenar al anochecer, y unos sitios para comer buen pescado y marisco a precio de risa. A lo largo de la playa podéis escoger varios alojamientos, ninguno de ellos para viajeros con presupuesto ajustado; lo bueno es que están construidos entre las palmeras, por lo que si te pones en la playa y miras hacia los lados (al menos en la zona en la que estábamos nosotros), te da la impresión de estar completamente solo.
Y para rematar la jugada, la guinda del pastel, el colofón del viaje y la mejor forma de poner los pies en la tierra, fue ir al aeropuerto el sábado por la mañana después de un chaparrón monzónico que nos pilló dando un paseo de despedida al amanecer casi en uno de los extremos de la playa, para encontrarnos que habían cancelado el vuelo por el mal tiempo en Yangón... la posibilidad de perder el vuelo de vuelta a China al día siguiente, no poder contactar con mi oficina xa decírselo ya que hacía dos días que internet no funcionaba en ésa zona -os recuerdo que los móviles extranjeros no funcionan-, y todo el subsiguiente jaleo que se iba a organizar si no dábamos señales de vida en nuestras casas a la vuelta, además de tener que pagarnos otro billete, nos hicieron tomar una decisión a la desesperada y poco aconsejable: subir en el coche q nos había llevado hasta el aeropuerto e ir a toda velocidad pitando a vacas, gente y demás obstáculos que nos encontramos por los caminos hasta un pueblo cercano del que salía un "autobus" hacia Yangón, que nos permitiría coger el enlace al día siguiente en el aeropuerto.
El plan inicial, que era aterrizar el sábado por la tarde en la capital, darnos un inmerecido masaje y un más aún inmerecido homenaje en un restaurante francés que tenía yo fichado (es lo bueno de estos destinos, que te puedes permitir ciertos caprichos...), se derrumbó sin darnos siquiera tiempo a protestar cuando, como por arte de magia, nos encontramos subidos en un autobus que nos dejaría, si no había imprevistos, 16 horas más tarde en Yangón.
A la incertidumbre de lo que nos quedaba por delante, se unía que no teníamos comida, no sabíamos si el autobus pararía en algún momento, y de fondo teníamos una tele antediluviana con un video de un monje budista cantando o rezando un tantra repetitivo, que me hizo plantearme seriamente si llegaríamos a destino no sólo sanos, sino también cuerdos... luego nos enteramos de que era normal que al principio de un viaje pusieran ése tipo de vídeos o cánticos para desear que todo saliera bien, y todos llegáramos sanos y salvos.
Sacar fotos con el autobús en movimiento era absolutamente imposible; no había carretera y los botes hacían absolutamente imposible poder dormir. Digo botes, q no baches, xq la mayor parte del tiempo teníamos que ir agarrados al asiento de delante xq literalmente nuestro trasero se despegaba del asiento! No os digo más, que los dos asientos de un lado de la última fila, que iban vacíos, acabaron "arrancándose" del suelo... y el pajarillo de la jaula que iba colgada al final del bus, no tardó en dejar de piar!
Hubo algún incidente, por ejemplo en una ocasión el autobus tuvo que parar durante un rato, ya que debido a las fuertes tormentas de los últimos días estaban reparando uno de los "puentes" además de que durante todo el trayecto la gente iba vomitando por la ventanilla o al bajarse en las paradas. Nosotros por algún extraño motivo aguantamos como campeones, aunque supongo que el hecho de que nos subimos al bus casi con el estómago vacío xq no nos dio tiempo ni a comer, ayudó bastante.
Así fue pasando el tiempo, el Sol se puso y nos quedamos a la luz de una especie de neón que se encendía de vez en cuando y a merced de los mosquitos
Cada poco, al cruzar alguna demarcación territorial que no pude descifrar, el autobús se paraba y todos teníamos que entregar nuestros documentos de identidad para que en la frontera los militares tomaran buena nota. Era una manera de estirar las piernas porque como comprenderéis, si a las 2 de la mañana en un paso fronterizo (por muy interior del país que sea) en un lugar perdido de Birmania, mi pasaporte se aleja de mi en manos de un desconocido, no me queda más remedio que ir detrás de él para asegurarme de que vuelve... Lo cierto es que ninguna de las veces tuvimos ningún problema ni los militares nos molestaron lo más mínimo haciendo preguntas ni nada de nada de nada y los monjes, que en algunos lugares aprovechaban la parada del autobus para pedir donaciones, tampoco.
Una vez más, pudimos experimentar la hospitalidad birmana donde menos lo esperábamos: un chico que estaba sentado cerca nuestro y que ya en el bus nos ofreció parte de la comida que llevaba cuando le preguntamos si el autobus pararía para comer algo en algún momento del viaje, descubrimos al ir a pagar la cena que ya nos había invitado... me explico: un auténtico desconocido para nosotros, que chapurreaba inglés y que si tuviera algo de dinero os puedo asegurar que se habría cogido el avión (unos 70 USD) para evitarse semejante tortura de autobus, nos invitó a cenar! Sinceramente, ¿cuántas veces habéis invitado a alguien en la parada de bus de Villalpando camino a Madrid?!
Finalmente, 16 horas más tarde, llegamos a destino sanos y salvos y como si de nuestro ángel protector se tratara, saltamos al coche de Kyaw -el guía que nos ayudó a organizar la parte del viaje que desde el extranjero no es posible hacer por tu cuenta, o que si lo haces te sale más caro- que nos sacó del enjambre de ruido, coches y autobuses de la estación de Yangón y nos llevó a desayunar antes de coger el vuelo de vuelta
El mismo que, cuando le preguntamos por mail antes del viaje si era posible ir a la playa en bus, nos dijo que imposible, que era muy largo y peligroso y nada aconsejable, nos recibió de brazos abiertos y con una sonrisa de oreja a oreja al vernos acercarnos a él por nuestro propio pie! Ya en el coche y como si, sin quererlo, todos se esforzaran en quitarnos el mal sabor de boca del viaje (no es algo que hubiéramos hecho premeditadamente, pero ya que no quedó otro remedio, os aseguro que lo disfrutamos como enanos y nos reímos más que todos los botes y tirones en el cuello que pudimos llevar en 16 horas), el gerente del hotel de la playa le llamó para interesarse por nosotros y saber si habíamos llegado bien... ¿qué más se puede pedir?
Sólo se me ocurre una respuesta posible: ¡¡VOLVER!!
2 comentarios:
Eso es, experiencias fuertes hasta el final del viaje! jajaja! Madre mia, yo hubiera muerto por el camino... ;)
¿Morir por el camino o que te maten entre tus padres y tus jefes por no estar el lunes en la oficina por una causa más que justificada pero que nunca se creerían?! ... ¡he ahí la cuestión!
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