- MERCADO MUSULMÁN:
- SHANGHAI STRAWBERRY SEASON:
- TREPAR AL PUENTE LUPU:
Hace un par de meses estuve en Malasia. Los 3 días que pasé en Kuala Lumpur, me encontré caminando por la calle, sorprendida con una extraña mezcla entre morriña y lejana familiaridad… De repente me di cuenta de que echaba de menos los olores a especias, la luz, el sol, los colores, tanto en el ambiente como en la ropa de la gente, o que al chocarte con alguien en la calle recibieras algo más de lo que te contestaría una pared al chocar contra ella, aunque sea una mala contestaciónón! Eran los gestos, las miradas pero sobre todo una actitud en la gente que, de mano y aunque no entiendas una palabra de bahasa, parece que deja al menos un atisbo de luz y esperanza de comprensión mutua. Era el lenguaje corporal ya que, al estar en un país donde desconoces el idioma, te hace agudizar todos tus sentidos, ser el espectador de una película de cine mudo y, a la vez, un explorador al acecho del más mínimo gesto que te guíe hacia el entendimiento.
Volví a China y por supuesto nada había cambiado: todo era igual de gris, la gran mayoría de la gente sigue usando el color negro o gris para vestirse y muchos ni siquiera te ponen un mal gesto cuando por un descuido tropiezo con ellos por la calle. El olor del stinky tofu sigue metido en mi nariz y pegado a mi garganta durante un par de minutos después de pasar por el puesto callejero que lo vende. En el metro siguen sin dejar sentarse a la gente mayor, y sigue habiendo gente que se me adelanta para quitarme el taxi que yo había parado con un gesto de la mano. El otro día volvía a casa y un señor mayor se esforzaba en bajar el escalón para cruzar desde la acera de enfrente justo al lado de un vendedor de fruta q no le ofreció su brazo para ayudarle a guardar el equilibrio. Y sí, no me puedo olvidar de que el dueño de mi piso es un gitano que sólo arregla las cosas cuando se acerca la fecha de cobrar y de que el agente tiene ideas brillantes del tipo “paga tú la factura de la luz que te llegó de dos meses en los que tú aún no vivías en el piso, que ya si eso luego te lo devuelven”. Claro, y te l* ch*p* también.
Ayer todo lo anterior se me había olvidado porque salió el sol, había dormido mucho y bien, el día anterior habíamos estrenado la terraza de casa con un buen desayuno al sol y había cenado en un restaurante con una carne sorprendentemente buena donde me hicieron un 30% de descuento con una tarjeta que también estaba muy contenta de haber comprado después de 2 años diciendo que lo iba a hacer, y con la que me hacen un montón de descuentos en otro montón de sitios de la ciudad. Además, el plan para el resto del día era aprovechar la subida de temperatura para quedar con amiguetes y movernos por la ciudad cortando el viento a lomos de mi burra. Sólo me faltaba tener vistas al mar.
Y así fue hasta que, en nuestra primera parada técnica, estaba cruzando a pié por un paso de peatones entre una furgoneta y un coche que por supuesto no saben o no les importa lo que significan esas rayas en el suelo, después de haber mirado a ambos lados antes de cruzar, cuando de repente algo se empotra violentamente contra mi pierna izquierda y una rueda me pasa por encima del pie.
No llego a caerme al suelo pero pego un grito por el susto y por el golpe, miro a mi izquierda y una china conduciendo una moto me mira como si yo fuera un obstáculo recién caído del cielo que se hubiera encontrado en el camino, y como decidiendo si pasarle por encima o bordearlo. Me pongo a gritarle todo lo que os podéis imaginar y algo más, y la tía con las mismas decide la segunda opción y se larga sin mirar atrás. Un policía lo vió todo desde la acera y con la misma actitud que tendría si mirara un culebrón en una pantalla de televisión (quizás en este caso habría puesto más interés), se quedó con las manos cruzadas a la espalda, como esperanzo un desenlace. La gente alrededor, o siguió caminando o aminoró el paso y miró con una ligera intriga y entre risas, a la extranjera de turno dándole voces al más absoluto vacío.
Seguí a la tía con la vista y cuando vi que aparcaba me fui hacia ella gritándole que si estaba loca y que al menos podía disculparse, mientras oía la voz de Pedro detrás de mi diciéndome “Caaarmen, Caaaarmen”, en un intento de lidiar contra la misma rabia que yo, pero a la vez intentando calmar al miura que iba dispuesto a embestir contra la tía, la moto y todo el que se le pusiera delante. Con la misma cara inmutable y sin siquiera preguntarme si estaba bien, me dijo en chino “no te entiendo” y, me imagino que oliendo el peligro -xq en cuestiones de lenguaje corporal el mío no dejaba lugar a dudas de que estaba a punto de abalanzarme sobre ella y correrle a ostias hasta la acera de enfrente (eso sí, por el paso de peatones)-, se fue corriendo sin que nadie lo impidiera.
Y ahí te quedas tú con to-da la rabia del mundo contenida y ganas de probar el calabozo chino por un día con tal de ponerle la cara mirando a Pekín a la zorra que no sólo te acaba de atropellar sino que se piró sin siquiera preguntar si estás bien, con el consentimiento de la policía y la complicidad disfrazada de pasividad del resto de gente que, con las mismas y como se acabó el espectáculo, siguió caminando y apuesto que olvidando en ése mismo momento el incidente, del que ni siquiera se acordarían como anécdota a la hora de la cena.
Acepto que tengo imaginación, que leí este año” 1984” y que me hizo recordar ligeramente “Un Mundo Feliz”, cuando lo leímos en el colegio. Además, aún tengo presente el libro de “Nothing to envy” sobre Corea del Norte que recomiendo a todo el que quiera tener una excusa para tirarse un día entero a leer sin poder levantar la vista del papel. Además, no he visto el famoso vídeo de la niña que atropellaron en Pekín y que ha consternado a medio mundo. No me interesa, no me hace falta, lo veo a diario y en directo. El domingo, y por suerte a otro nivel, lo experimenté en primera persona.
Estoy cabreada y la impotencia cuando lo pienso me carcome. Sé que es injusto generalizar pero también lo es que te atropellen; se que como en toda regla, hay excepciones pero en este momento no pesan suficiente. Sí, admito que yo en su situación actual y con el pasado reciente de este país, yo no sería diferente ni mejor que ellos. Tampoco dudo de que hay motivos o razones por las que las cosas aquí son así. Pero, ¿sabéis qué? que ya no me importan. No quiero vivir en un sitio donde existen razones para haber aniquilado hasta la más elemental norma de convivencia, la empatía o el respeto; no quiero que a mi alrededor lo bueno, lo necesario y hasta lo deseable sean la excepción que tienes que esforzarte en tener presente. China, para los chinos.
Y, ¿sabéis lo mejor? Que esto sólo puede llevarme, como poco, un paso más cerca de ... la playa!