Hoy los honores los hace otro... (http://www.lne.es/secciones/noticia.jsp?pRef=2008101400_54_685309__Centro-polesos-pregonero)
LA NUEVA ESPAÑA, 14.10.2008
LOS POLESOS, EN LA VOZ DEL PREGONERO (VII)
ENRIQUE MEDINA. En el año 1989 tuvo el honor de leer el pregón festivo de Pola de Siero don Mario Solís Vigil Escalera, quien nos fue contando, muy amenamente y con mucha literatura, las vivencias de su infancia y juventud, sin que faltase la mención de algunos personajes populares. Dijo él, de la Pola y de los polesos, entre otras cosas:
«En el alborear de un treinta y uno de diciembre, de cuyo año no quiero acordarme, en una casa situada en la polesa calle de Enrique II, número 6, y en el seno de la familia Vigil-Escalera, que entierra sus raíces ya centenarias en esta tierra vernácula, cuyo apellido corre indisoluble unido a la historia de la Pola (yo diría, sin miedo a equivocarme, también a Siero y alrededores, y a otros lugares de Asturias), sus «ocios» y sus «negocios», y tras romper aguas doña Braulia -por aquel entonces Braulita- vino al mundo quien os habla; es decir, este pregonero. Ramona, mi segunda madre, me introdujo en una cuna, esa parrilla de salida para emprender la carrera de la vida, con un edredón encima y un hule debajo a modo de empapadora, cautelarmente dispuesto, por aquello de la incontinencia del bebé y su primera lindeza que es el «pipí». Edredón y hule -calor y humedad-, elementos, al parecer, indispensables para posibilitar cualquier forma de vida.
Aquí en la Pola transcurrió mi infancia. Comí los bígaros de Filomena; azucé inoportuno los lebreles, picando provocativamente en la ventana de la Pluca; compré regaliz, oreyones, restallos y pitos de manzanilla en casa de Velasco, (frente al Ayuntamiento y entre el Rasán y el Colón); crucé la Cañina a nado, en la presa del molino, (molín de la Pola, dirían los oriundos); escalé la Peña Careses por la cara norte, sin cordada de apoyo, (otros subimos a gatas el Picu Castiellu); empezaron mis primeros escarceos cinegéticos por el Fariu, la riega del cementerio -tan generosa en arceas- y en los terrenos fanganosos de más allá de la Carrera en dirección a Meres (Forzosamente serían los de San Juan del Obispo, detrás del santuario de la Virgen de la Cabeza); por el prau Moral de Sariegu y Vegas de Valdesoto, donde abundaban las «gachas», y, en fin, siguiendo los imperativos biológicos, que hacen al joven indócil, tenaz y rebelde, me inicié también como furtivo de pesca de la trucha, mediante el arte prohibido del «barucho», que echábamos al anochecer y aliados con la oscuridad y nuestra fiel acompañante: la estrella Polar, y que luego recogíamos muy de madrugada, así como en la pesca del cangrejo por el Romanón, aguas arriba, más allá de la Playina y de las estribaciones de la Peñuca, sin la correspondiente licencia.
Más tarde se me hizo de noche. Me internaron en un colegio y comenzaron a llover «las calabazas, el batacazo y tiente tieso», y todo ello, para que el cuadro resultase más completo, adobado con el hambre: era la época de las cartillas de racionamiento, del pan negro y del estraperlo?
Y en este trance, voy a confesaros que, frente por frente a la casa donde nací, -muchos de vosotros todavía recordaréis- estaban las cuadras de Celestino el Carboneru, donde los hombres y mujeres del campo que acudían con sus productos al mercado de los martes guardaban allí sus burros (antecedente inmediato del «parking» y de la zona azul, y, según las últimas investigaciones, con lo que se evitaría el problema de polución, pero no así de los residuos sólidos urbanos), de ahí que la primera gracia que aprendí, antes que «los cinco lobitos», «el toca palmitas» o a decir papá, fue a rebuznar?
Pero, a lo que vamos. ¿Qué es la Pola? ¿Qué raros ingredientes la vertebran para ser «sí misma» y a la vez distinta, universal? Un pueblo donde brota -y no por casualidad- dulce y trémola, como surtidor de fontana, alimentado por las aguas cristalinas de la fuente de las Xanas, una refrescante intuición, hija del ingenio, de vitalidad y talento natural, con su peculiar modo de entender las cosas de la vida, así como también, la vida de las cosas, en donde ni el ademán exagerado, la superlación del gesto, ni la pedantería, pueden encontrar asiento ni acomodo. En definitiva, un pueblo en el que prendió muy honda la divina lección de la tolerancia?
Un pequeño anecdotario o florilegio de los casos y cosas de la Pola y de los polesos, sus andanzas, aventuras y desventuras nos ayudará a descubrir, o al menos atisbar, el talante del pueblo, que ante el arrollador panorama de la vida, responde con bálsamo de humor, sin suspicacias, causticidad, ni segundas intenciones, donde brilla con luz propia los destellos relampagueantes del ingenio».
Menciona Mario a Vicente Bis, autor del «Romance de Sabino el Bobo», admirando la métrica y la calidad literaria del autor, el entrañable pasaje de dos polesos populares de otras épocas, Pano y el Pasteru. También recuerda a la Chucha la Cagancia y las anécdotas de Floro y Nuño, en el hotel Antonia; las de Pedrito Guisasola, sobrino de don Juan, caballero del Santo Sepulcro. Aquellas sabrosas tertulias vermú de la Petaca, donde se reunían a diario el buenazo de Antón Laborda (el médico, cuyo corazón no le cabía en el pecho), Nuño, Maruja, Tino Carrión, Juan Escalera, y su padre, donde el enredo, la broma, la chacota estaban siempre agazapadas, a la espera de saltar en cualquier instante, como lo estaba Maruja -más práctica, ante los berberechos, mejillones o aceitunas, sobre las que también se abalanzaba, sin ningún recato, al menor descuido-.
Y refiriéndose al Carmín finaliza Mario Solís Vigil Escalera, advirtiendo: «Aprovechemos la oportunidad, pues bien visto está, que todos y cada uno de nosotros, no somos más que un paréntesis en el tiempo y en el espacio, para que no tengamos que lamentar aquello con que Vicente Bis nos alerta, en una afortunada estrofa suya: "Pobre asturianu, que al fin / de esta vida tan mezquina, / marcha sin ver a la Santina y sin venir al Carmin /"?».
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